SÁBADO SANTO, JESÚS EN EL SEPULCRO
Queridos hermanos: durante el Sábado Santo como iglesia
permanecemos meditando sobre la pasión y muerte de Jesús, su descenso a los
infiernos y esperando en oración su resurrección. Es el día del
silencio, día para profundizar. Para contemplar a Cristo, su mensaje y la relación que tenemos con el Señor.
Es el día de la ausencia. Día de dolor, de reposo, de
esperanza, de soledad. El mismo Cristo está callado. Él, que es el Verbo, la
Palabra de Dios, está callado. Después de su último grito en la cruz ¿por qué
me has abandonado? ahora descansa, y todo lo que habían anunciado los profetas
se ha cumplido.
Disponemos el corazón para meditar y orar con la palabra
del Señor, nos unimos a los demás miembros de nuestra comunidad educativa
pidiendo por cada uno de ellos, por sus familias y especialmente pedimos hoy
por todos quienes sienten desesperación y angustia frente a la difícil situación
que vivimos, los que han perdido su fuente laboral y aquellos que padecen
alguna enfermedad, para que el Señor les de alivio y consuelo en estos momentos
de angustia.
Oración inicial
Dios, Padre nuestro, en este día sólo hay soledad y
vacío, ausencia y silencio: una tumba, un cuerpo sin vida y la oscuridad de la
noche. Ni siquiera Tú eres visible. Ni una Palabra, ni un respiro. Jesús, estás
en el reposo de la muerte. ¿Dónde te encontraremos ahora que te hemos perdido? Seguiremos
a las mujeres, nos sentaremos junto a ellas, en silencio, para preparar los
aromas del amor. Y clamaremos al Espíritu, diciendo ¡Despierta, viento del
norte, ven, viento del sur! ¡Soplen sobre nuestro jardín! Amén.
Lectura del evangelio según S. Lucas (23, 50-56)
He aquí un miembro del Consejo, llamado José, hombre
recto y justo, que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás,
era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios. Fue a ver a
Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana
y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado las mujeres que habían
venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron
cómo había sido sepultado. Después regresaron y prepararon los bálsamos y
perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.
Reflexión
Tres
interminables horas de agonía. Y, finalmente, Jesús muere en la Cruz. El cielo
se torna oscuro y una fuerte tormenta rompe sobre Jerusalén. El ruido es
atronador. No es para menos. Ha muerto el Hijo de Dios. El culto a la Antigua
Alianza ha terminado por eso se desgarra el velo del templo que pone fin a lo
caduco. Ahora la humanidad de Cristo, sacerdote y víctima, el Salvador del
Mundo, nos invita darle culto a Dios.
El odio
contra Jesús prosigue. Una lanza le abre el costado. El soldado observará como
de allí brota sangre y agua. Son los sacramentos que brotan del cuerpo de
Cristo y la Iglesia que surge triunfante del costado del Señor. De allí todo lo
que sale es gracia, infinitas gracias. A los pies de la Cruz está la Madre.
María, desgarrado su corazón inmaculado por el dolor. Junto a Juan, el
discípulo amado, al que toma de la mano, la Virgen interioriza aquellas
palabras que antaño le dijera Simeón al presentar a Jesús en el Templo: «Una
espada traspasará tu alma». ¡Qué triste verdad!
Tu y yo
contemplamos la escena desde la distancia. Somos de los que hemos abandonado al
Señor. Y vemos como lo desprenden de la Cruz. Y como María y Juan y las santas
mujeres lo toman con amor. La Virgen toma el cuerpo de Jesús en sus brazos. Y
le besa. Y llora. Lloramos nosotros también con María. Y nuestro corazón
también se desagarra. Solo atinamos a exclamar entre sollozos: «¡Oh buen Jesús,
dentro de tus llagas escóndeme! ¡No permitas que me aparte de Ti!»
Es el
momento de la sepultura. La Virgen y las santas mujeres limpian el cuerpo
llagado de Cristo, lo perfuman con cariño, lo envuelven con cuidado con un
lienzo blanco como la nieve y lo depositan entre gemidos y lamentos en un
sepulcro propiedad de José de Arimatea. Es este, junto a Nicodemo, de los pocos
que no se avergüenzan de ser seguidores de Jesús. Y, tú y yo, desde la
distancia no podemos más que exclamar: «¡Perdón Señor, ten piedad de mí! ¡Todo
el mundo te ha abandonado y despreciado, pero yo te quiero seguir sirviendo
siempre con amor!»
Y cuando
Cristo yace en el Sepulcro, desorientados como los discípulos que han huido,
confundidos por la muerte del Señor, sólo podemos acudir a un lugar. Al corazón
de María. Es Ella, la Virgen, la que nos acoge con el amor de Madre, de
Corredentora, la que en este Sábado Santo sostiene nuestra fe, nuestra
esperanza, nuestra debilidad, nuestros miedos, nuestro renacer como Hijos de la
Iglesia que nace de nuevo. Ella nos da la fuerza de ser hijos de Dios.
Sábado
Santo en el silencio del sepulcro, pero con la alegría de sentirse hijos de
Dios.
Oración
final
Finalizamos
este momento rezando las palabras del salmo 15
R/.
¡Señor, para ti la noche es clara como el día!
Protégeme,
Dios mío, que me refugio en ti.
Yo digo al
Señor: “Mi Señor eres tú, sólo tú eres mi bien”
El Señor
es el lote de mi heredad y mi copa:
en tus
manos está mi vida. R/.
R/.
¡Señor, para ti la noche es clara como el día!
Me ha
tocado un lugar de delicias
mi heredad
es estupenda
bendigo al
Señor que me aconseja
hasta de
noche me instruye internamente
siempre me
pongo ante el Señor
con él a
mi derecha no vacilaré. R/.
R/.
¡Señor, para ti la noche es clara como el día!
Por eso se
alegra mi corazón y se gozan mis entrañas
y todo mi
ser descansa sereno
porque no
me entregarás a la muerte
ni dejarás
a tu fiel caer en la corrupción
Me
enseñarás el sendero de la vida
me
llenarás de gozo en tu presencia
de alegría
perpetua a tu derecha. R/
R/.
¡Señor, para ti la noche es clara como el día!
+ Que el
Señor nos bendiga y nos proteja,
¡El Señor
haga resplandecer su rostro sobre nosotros
y nos mire
con buenos ojos!
¡El Señor
vuelva hacia nosotros su rostro y nos dé la paz!
San
Vicente de Paúl,
Ruega por
nosotros y por el mundo entero.